Ahora, cuando se prostituye la dignísima palabra matrimonio, para aplicarla a convivencias mas o menos estables de parejas homosexuales, me parece muy oportuno incluir entre las firmas invitadas, estas páginas decisivas del sacerdote español José-Fernando Rey Ballesteros en su libro «Las siete palabras desde la cruz».
Hay que estar totalmente ciego para no percatarse, contemplando así La Pasión de Cristo, de que la unión conyugal entre el hombre y la mujer es un acto sagrado, un eco en la carne y el corazón humanos de la historia de amor de Dios con su pueblo, y por ello constituye en sí misma una renovación de la Alianza. No me cabe la menor duda de que, en ese momento, cuyo alcance y trascendencia sobrepasa con mucho el estrecho campo de visión de nuestros ojos, el hombre y la mujer están siendo instrumentos privilegiados de un acontecimiento esencialmente divino, y en ese acontecimiento el ser humano es un invitado de honor que debe acercarse con suma reverencia a las puertas del Misterio. También por ello estoy firmemente convencido de que, en nuestra sociedad, el hombre ha cometido una profanación terrible al convertir la sexualidad en un mero objeto al servicio de fines humanos generalmente inconfesables. Cruzando a patadas los umbrales del Sancta Sanctorum, ha hecho de la unión conyugal una técnica, y la ha manipulado con anticonceptivos y mecanismos bastardos, nacidos de lo más bajo de su propio egoísmo, para someterla a su dominio. Muy probablemente lo ha hecho con los ojos vendados, y no me cabe duda de que detrás de esa venda está el Diablo, pero alguien tiene que abrir los ojos a esta sociedad que, en nombre de no se sabe qué valores, está pisoteando toda reliquia de Dios en el hombre. El «seréis como dioses» está más vivo que nunca, cuando el hombre se ha olvidado de cómo arrodillarse y se quiere adueñar del Misterio, convirtiéndolo en objeto de estudio, de placer o de conveniencia. Pero, como siempre, la arrogancia de la criatura se vuelve contra sí misma. La sexualidad, creada para divinizar al ser humano reflejando en él el brillo supremo del amor divino, se ha convertido en un tirano despótico que humilla y esclaviza a multitud de hombres, reduciéndoles a un estado casi animal. Lo repito una y otra vez: detrás de esa cadena está el Diablo, y el hombre sigue postrado, aunque sea ante Satanás. Su estilo es sumamente sibilino, pero es un déspota. No nos resulta ya extraño ver cómo grandes figuras de la política y de la economía mundial, los hombres con más poder en la tierra, pueden caer humillados hasta el fango arrastrados de la entrepierna. El poderoso cree que domina los destinos del mundo, pero sus propias acciones no están en su poder. Él mismo es un siervo de una fuerza mayor. Multitud de matrimonios se van a pique estrepitosamente a causa de esclavitudes vergonzantes, y todo ello entre ordenadores, teléfonos móviles, dispositivos intrauterinos y pastillas para dormir. Si este es el resultado del progreso del hombre a las puertas del siglo XXI, tengo que concluir que el ser humano permanece de rodillas, aunque nunca lo ha estado de una forma más indigna.
Y sin embargo el Sancta Sanctorum sigue abierto; los umbrales del Misterio, cuyo velo se ha rasgado, siguen manando luz a borbotones para todo aquel que abra los ojos. Y, todavía hoy, cada vez que el esposo y la esposa, abiertos plenamente al amor vivificante de Dios, se unen gozosamente haciéndose una sola carne, la Historia entera de la Alianza tiembla de alegría y se hace presente en ese tálamo nupcial que es un altar; y sobre ese altar se actualiza la entrega carnal y espiritual de Cristo a su Iglesia, y se hace realidad el Misterio de Amor y de la Vida. Y Cielo y Tierra se unen en una noche santa para recordar, a quien quiera escucharlo, que el hombre nunca más será repudiado por su Dios, porque esta nueva Alianza es ya para siempre. Dios es fiel.*
(«Las siete palabras desde la cruz», por José-Fernando Rey Ballesteros, páginas 181 a 183, Ediciones Palabra, 1998)


Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Relacionado