Terminé mi artículo anterior de la serie sobre los jóvenes con una cita de Juan Pablo II sobre los jóvenes y el amor. Comienzo hoy con parte de esa cita: “los jóvenes, en el fondo, buscan siempre la belleza del amor, quieren que su amor sea bello. Si ceden a las debilidades, imitando modelos de comportamiento que bien pueden calificarse cómo un escándalo del mundo contemporáneo (y son modelos desgraciadamente muy difundidos), en lo profundo del corazón desean un amor hermoso y puro”. Ahí está el problema. Son muchos, y con abundancia de medios, los que trabajan en la manipulación, explotación y degradación del ser humano. No es raro por tanto, que muchos jóvenes, más o menos engañados, cedan al atractivo de un placer tan fuerte y tan fácil como es el placer sexual. Mucho más si se les ha dicho que eso es el amor, que tienen derecho a ejercerlo, desde la adolescencia; con quien quieran y como quieran. Peor, si se les ha convencido que la abstinencia sexual total antes del matrimonio es imposible o perjudicial para la salud.
Cuando escribo “más o menos” engañados, es porque nunca el engaño es completo. Siempre hay una cierta complicidad en la joven o el joven seducidos por esas falsedades, porque en lo profundo del corazón, en su conciencia, se dan cuenta de alguna manera de que están traicionando, están destrozando, ese amor hermoso y puro, el amor verdadero, con el que soñaron. Por esto mismo, no cabe desanimarse en proclamar que sólo hay una educación sexual eficaz y esa es la que está basada en adquirir la virtud de la castidad, que incluye la abstinencia sexual total antes del matrimonio pero que es algo más que mera abstinencia. Castidad, entre otras cosas, es sinónimo de pureza, de atracción por lo limpio, por lo recto, por lo noble, por lo bueno en pensamientos, en miradas y en acciones. Cierto que vivir así exige ir contra corriente y saber decir muchos pequeños “no”, para conseguir un gran “SÍ”. Pero merece la pena.
Llevamos en el país más de cincuenta años con la misma cantinela estúpida y malvada de que si aumentan las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados entre los jóvenes es por ignorancia, porque “falta educación sexual”. En vista de ello, se insiste en explicar lo que todos los jóvenes ya saben de sobra sobre la anatomía y fisiología del sexo y en venderles la idea del “sexo seguro” a pesar de que, los que lo proponen también saben de sobra que ha fracasado en todos los países, desarrollados y subdesarrollados. Lo que falta, pues, es una educación sexual verdadera, completa, que incluye por supuesto saber lo anatómico y fisiológico pero que supone sobre todo saber las obligaciones morales que contraemos por el simple hecho de ser humanos y no animales y especialmente se hace muy necesario en ella una información positiva sobre la virtud de la castidad. Si no se cree en la castidad como algo positivo, si se propone sólo como un medio para evitar lo malo –el contraer una enfermedad o un embarazo no deseado- ya se está dando una mala educación.
Los jóvenes tienen derecho a saber -y los padres de familia, los educadores, los médicos y los funcionarios relacionados con el tema deberían saberlo y proponerlo- que existe una experiencia milenaria de que el libertinaje sexual –fornicación es la palabra que le corresponde-, es pernicioso siempre, también cuando no transmite enfermedades, porque facilita la inmadurez afectiva, porque dificulta o cierra el camino al amor fiel, personal y total y porque cuando se arraiga en el vicio reiterado de la lujuria, llega a ser destructor de la personalidad. Esos tristes casos recientes de porno-personalidades, uno de ellos terminado en suicidio, es una prueba de esto mismo.
Todo eso es importante pero más importante es que los jóvenes sepan que la castidad, con abstinencia sexual completa antes del matrimonio, tonifica la voluntad, hace a la gente más dueña de sí misma, viriliza al hombre y feminiza a la mujer, abre la mente a los valores espirituales, morales y estéticos, acrecienta la autoestima y la alegría de vivir que acompaña siempre a la claridad y limpieza de conciencia. Que sepan que así –como el buen vino, que necesita tiempo y “buena crianza” para alcanzar su mejor sabor-, viviendo la castidad, se va preparando y madurando su personalidad para poder entregar en el matrimonio toda su capacidad sexual y afectiva, al servicio de un amor verdadero, de una entrega mutua total, no sólo del cuerpo, sino también del corazón y de la vida. Entre las parejas que llegaron así el matrimonio se encuentra también el mayor número de las que no terminan en divorcio.
EL AMOR VERDADERO NO REGALA COSAS USADAS, SUCIAS O ARRUINADAS. AL AMOR VERDADERO LE GUSTA ESTRENARSE LIMPIA Y FIELMENTE. EL AMOR VERDADERO SABE ESPERAR.

Todo esto puede ser difícil, mucho más ahora, cuando hay una verdadera contaminación de la atmósfera mental y moral en la que tenemos que vivir diariamente. Es difícil, como todo lo bueno. Requiere cierto heroísmo, aspirar a lo mejor. Pero no es imposible y es lo acertado. Son muchos los jóvenes solteros y los jóvenes matrimonios de muchos países, que dan testimonio de ello. Ellos saben que es verdad que la castidad prepara para el amor personal verdadero, ese amor que se vincula gustosamente en un matrimonio para siempre, el que aspira entre sus mejores metas a QUERER Y SABER ENVEJECER JUNTOS, ese que es uno de los caminos más seguros para una felicidad grande y duradera.*
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