La belleza de lo ordinario, camino hacia Dios

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He aquí que me he topado con un amigo que dice que la belleza lleva a Dios: el filósofo inglés Roger Scrutton. El “New Yorker” lo definió como “el más influyente filósofo del mundo“, profesor del Instituto de Ciencias Psicológicas de Virginia, que no teme indicar a los participantes del evento cultural “Dios hoy” un camino seguro, simple y accesible para llegar a Dios.
De la via pulchritudinis (el camino de la belleza) para ir a Dios ya hablaron dos Papas, Juan Pablo II y muy en especial BenedictoXVI. Pero no podía esperar que ahora fuera, un influyente filósofo inglés, quien plateara ese camino, pero no el de la belleza artística, como proponía Benedicto XVI, lo sorprendente es que Scrutton no se refiere a la belleza artística, al gran arte, aún al arte religioso existente en todos los tiempos y lugares. Se refiere a la belleza en su forma más cotidiana: la belleza de las calles bien trazadas y de las fisonomías alegres, de las formas naturales y de los paisajes cordiales.
Ya, con solo eso, me tenía ganado como amigo pero más todavía cuando se pregunta: ¿Por qué tantos artistas contemporáneos se niegan a seguir ese camino? Y Scrutton se responde que pudiera ser porque tal vez sepan que éste conduce hasta Dios. Y critica duramente que el mundo del arte durante más de medio siglo ha sido una negación de la belleza, cosa que también señalé yo en mis artículos sobre el arte. Los artistas –dice- pasaron a glorificar la fealdad a través de imágenes de brutalidad y destrucción, elogiando estilos de vida viciosos y repugnantes, músicas de un mal gusto vejatorio o de una violencia alocada e impía. El culto de la frialdad y de la desacralización se afirma en esta época de prosperidad sin precedentes.
No se puede servir a Dios y a Mamon: en presencia de las cosas sagradas -concluye- nuestras vidas son juzgadas y para escapar de ese juicio, destruimos la cosa que parece acusarnos.
En este ambiente desértico de belleza, producido por la desacralización cultural, Scrutton busca una experiencia de belleza que encontramos, en una u otra versión, todos los días: desde el reaparecer de la luz del sol después de una tempestad, hasta el cuidado que todos tenemos con nuestras casas.
Somos criaturas carentes -explica- y las tentativas de poner orden en todo lo que nos circunda -decorando, arreglando, creando- son tentativas de dar una bienvenida a nosotros mismos y a aquellos a quienes amamos. La necesidad que tenemos de lo bello no es simplemente un agregado redundante a la lista de los apetitos humanos.
Scrutton se queda a un paso de descubrir otra belleza mayor de lo cotidiano: la belleza de la santificación de lo ordinario que San Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei, predicó incansablemente, insistiendo en que hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.*

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