Defiende tu Navidad

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Sí; defiende tu Navidad. Que no te la ahogue la avaricia del consumismo. Aleja de ti a los diablos tentadores de un nuevo carro, un nuevo televisor, un iPod, el último modelo de celular, ese que también es enciclopedia, orquesta, mini televisor, cámara de video y no sé cuántas cosas más. Deja de seguir almacenando más utensilios que no usas. Tampoco grabes en tu palm o en tu computadora, si la tienes, toda una serie de textos, sólo para presumir de ellos, esos que nunca utilizarás, porque también eso es una forma de avaricia.
Defiende tu Navidad. Que no la enferme la gula, comiendo en esas celebraciones hasta el sopor embrutecedor o la franca indigestión. Menos aún pasarte en la bebida, para ir recorriendo todas las fases de la intoxicación alcohólica, hasta llegar al coma profundo, a riesgo de no volver. No, eso no es celebrar la Navidad, sino insultarla.
Defiende también tu Navidad de un ataque profundo de haraganería, sesteando en la hamaca de tu casa o en la de alguna playa. Tampoco eso es Navidad ni el acudir a un Santa Claus, absurdo y desubicado en nuestro clima, con sus nieves y trineos. Bien está, tal vez, dicho personaje para los que no quieren saber de la verdadera razón de esta fiesta.
No; la Navidad no es nada de todo lo anterior.
Deja que cada cual la celebre como quiera, pero tú celebra una verdadera Navidad, que es alegrarnos cada año con el nacimiento de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Salvador nuestro y de todos los seres humanos. Celebra el hecho inefable de que ahora nos llega, recién nacido, como Niño-Dios, para que no le tengamos miedo, para que nos asombremos y nos conmovamos con su humildad, con su pobreza, con su cercanía, con su necesidad de nuestro amor, de nuestro cariño.
Celebra la Navidad y no sólo en la iglesia, sino también y muy especialmente, en tu casa, con toda tu familia reunida al calor del hogar y del pesebre donde descansa el Recién Nacido. Procura crear en estos días, a tú alrededor, un fuerte ambiente de hogar, de armonía familiar, donde el amor humano se mezcle con el amor divino hasta ser una sola cosa. Trata de que asistir a la iglesia en estos días no sea para ti, ni para los tuyos, una penosa obligación, sino un momento inefable de recargar las baterías del alma y de agradecer a Dios por todos los bienes recibidos, incluyendo los dolores y fracasos, porque Jesús, a los que mucho ama, también los bendice con la cruz.
Adorna, si quieres, el árbol navideño, pero no dejes nunca de poner el Nacimiento. Ármalo con tus hijos y/o tus nietos. Deja que ellos te estorben con sus intenciones de ayuda, sin que tú pierdas la paciencia ni el buen humor. Deja que los pequeños gocen poniendo el musgo, las montañas, las figuritas. No te extrañe ni les impidas que, una vez terminado, por la magia de sus manitas, los Tres Reyes Magos lleguen y se marchen del portal un millón de veces. Tampoco impidas que jueguen con los pastores y sus ovejas, cambiándoles de lugar aunque alguna oveja se pierda o algún pastor se caiga y se rompa, y haya que pegarle de nuevo la cabeza.
Déjales que jueguen con todo eso, porque son niños y de los que son como tales es el Reino de los Cielos. Pero vete explicándoles cual es el misterio de un Dios que se hace niño, para qué lo hace. Diles cómo nos quiere tanto que nadie, “ni las cosas presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro.” Explícales y aplícatelo a ti mismo, que sólo podría separarnos de su Amor, nosotros mismos si nos portamos mal, si nos empeñamos en despreciar sus deseos de amistad, en volverle la espalda o en volver a crucificarle.
Después canta con todos, niños, jóvenes y viejos, unos alegres villancicos, al son de la guitarra y de las panderetas, para honrar a Jesús, y a María y José que están con él velando su descanso. Verás, si sabes ser un poco niño, como el Recién Nacido te sonríe y te tiende los brazos, si sabes pedirle perdón por tus olvidos, tu egoísmo y también por los pecados tuyos y los de todo el mundo.
Rézale al Niño-Dios y haz que los pequeños, a su modo, le recen también. Pídele luego, con ellos, en voz alta, para que El Salvador sea un país que haga honor a su nombre, donde crezcan la paz y la solidaridad sociales, donde cese toda violencia y donde nos esforcemos en ver hermanos en todos los otros hombres.
Después véte con los pequeños y llévales dulces y juguetes a esos otros niños que nada de eso tienen. Dales esa sorpresa y siéntete bien pagado con sólo la sonrisa de esos pobres niños, porque en esa sonrisa y alegría suyas, te sonríe y te bendice el más pobre de los niños, nuestro rey, Jesús.

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La Naturaleza, sus leyes y la Sabiduría

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El logro feliz de toda vida humana incluye entender bien las obediencias y libertades que permite la Naturaleza. Otro de los grandes errores de la cultura de la muerte es precisamente despreciarlo.
Hay quienes se empeñan en que nos mantengamos solo como una parte más de los otros seres vivos, sin alterar el equilibrio ecológico, donde lo importante pasa a ser la Madre Tierra. Y en esa línea de pensamiento están los mas radicales, los que nos ven como una plaga, como agentes virales o bacterianos, como una infección, que lo mejor es que desaparezca por completo.
Otros nos ven como un peligro para ese mismo equilibrio ecológico, porque somos muchos, demasiados, para los espacios habitables y para los recursos económicos. En ese pensamiento están dos importantes dirigentes del Cambio Climático: Christiana Figueres y H.J.Schellnhuber, que dicen que de la población actual solo deberían quedar mil millones humanos y que desaparecieran -¿cómo?- los 6 mil millones restantes. Son neomalthusianos sin bases reales y con aspiraciones de gobernar el mundo y siempre muy seguros de que esos humanos que sobran no les incluye a ellos.
Si bien los seres humanos pertenecemos al universo y dentro de él somos parte de la Tierra y estamos emparentados, biológicamente, con los animales superiores y más directamente con los grandes simios, al tener inteligencia racional, voluntad libre y conocimiento de lo que es bueno o malo moralmente todo eso nos distancia del resto de los seres vivos, nos pone en la alta responsabilidad de mejorar o arruinar La Tierra, como únicos administradores de ella. Eso nos da la obligación de cuidar la naturaleza pero también la libertad y el derecho de desarrollar sus recursos en beneficio humano. Un teólogo puede decir que Dios, después de la Creación, nos dice: “terminarla, mejorarla”. Y aquí hay un punto esencial que está en entender con sabiduría esa tarea: la naturaleza tiene leyes que hay que respetar pero dentro de ellas está el derecho y el deber de superarla mejorándola. Pero castiga implacablemente, de una u otra forma, a los que entienden esa superación yendo contra ella. Se paga mal todo lo que es ir “Contra-natura”.
Por eso, aunque finjan lo contrario, no cabe felicidad en todas las formas de libertinaje sexual, ni en la homosexualidad, ni en el lesbianismo, ni en los falsos “cambio de sexo”. Y también son un mal “Contra-natura” los negocios y obras públicas que arruinan el medio ambiente con sus agresivas actividades.
Gran sabiduría está en obedecer a la Naturaleza. Recordemos ese dicho ya muy conocido: “Dios perdona siempre, los hombres alguna vez, la Naturaleza, nunca.”

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La belleza de lo ordinario, camino hacia Dios

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He aquí que me he topado con un amigo que dice que la belleza lleva a Dios: el filósofo inglés Roger Scrutton. El “New Yorker” lo definió como “el más influyente filósofo del mundo“, profesor del Instituto de Ciencias Psicológicas de Virginia, que no teme indicar a los participantes del evento cultural “Dios hoy” un camino seguro, simple y accesible para llegar a Dios.
De la via pulchritudinis (el camino de la belleza) para ir a Dios ya hablaron dos Papas, Juan Pablo II y muy en especial BenedictoXVI. Pero no podía esperar que ahora fuera, un influyente filósofo inglés, quien plateara ese camino, pero no el de la belleza artística, como proponía Benedicto XVI, lo sorprendente es que Scrutton no se refiere a la belleza artística, al gran arte, aún al arte religioso existente en todos los tiempos y lugares. Se refiere a la belleza en su forma más cotidiana: la belleza de las calles bien trazadas y de las fisonomías alegres, de las formas naturales y de los paisajes cordiales.
Ya, con solo eso, me tenía ganado como amigo pero más todavía cuando se pregunta: ¿Por qué tantos artistas contemporáneos se niegan a seguir ese camino? Y Scrutton se responde que pudiera ser porque tal vez sepan que éste conduce hasta Dios. Y critica duramente que el mundo del arte durante más de medio siglo ha sido una negación de la belleza, cosa que también señalé yo en mis artículos sobre el arte. Los artistas –dice- pasaron a glorificar la fealdad a través de imágenes de brutalidad y destrucción, elogiando estilos de vida viciosos y repugnantes, músicas de un mal gusto vejatorio o de una violencia alocada e impía. El culto de la frialdad y de la desacralización se afirma en esta época de prosperidad sin precedentes.
No se puede servir a Dios y a Mamon: en presencia de las cosas sagradas -concluye- nuestras vidas son juzgadas y para escapar de ese juicio, destruimos la cosa que parece acusarnos.
En este ambiente desértico de belleza, producido por la desacralización cultural, Scrutton busca una experiencia de belleza que encontramos, en una u otra versión, todos los días: desde el reaparecer de la luz del sol después de una tempestad, hasta el cuidado que todos tenemos con nuestras casas.
Somos criaturas carentes -explica- y las tentativas de poner orden en todo lo que nos circunda -decorando, arreglando, creando- son tentativas de dar una bienvenida a nosotros mismos y a aquellos a quienes amamos. La necesidad que tenemos de lo bello no es simplemente un agregado redundante a la lista de los apetitos humanos.
Scrutton se queda a un paso de descubrir otra belleza mayor de lo cotidiano: la belleza de la santificación de lo ordinario que San Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei, predicó incansablemente, insistiendo en que hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.*

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IMPORTANCIA DE LA FAMILIA ¿POR QUÉ?

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Mi amigo Julius me dice que por qué se está hablando tanto de la familia en la Asamblea General de la ONU, en las redes sociales discutiendo si hay solo un tipo de familia o si son varias posibilidades y porque la Iglesia ha tenido también que intervenir en ese tema, ya tratado por Juan Pablo II, convocando un Sínodo donde al final las ideas más peregrinas fueron desechadas. ¿Por qué tanto alboroto…? No me opongo que hablen de la familia quienes quieran -dice mi amigo- pero creo que hay cosas más importantes, por ejemplo la economía mundial, los avances tecnológicos, la salud…
Conociéndole, preferí no discutir sino que me ayudara a hacer cálculos sobre el porvenir de un joven según fueran sus padres.
-Vamos con el primer caso.- Un niño es hijo de padre delincuente y de madre prostituta. Ve como ellos discuten frecuente y coléricamente, incluso con golpes. En el barrio donde viven, ese tipo de parejas es muy frecuente.
Cuando llegue a la adolescencia, ese hijo tendrá un 90% de ser un delincuente, entrará en una mara buscando compañía, afecto, leyes de conducta y, si tiene suficiente carácter, poder, jefatura.
Vamos con el segundo caso.- El niño vive con su mamá. Nunca conoció a su papá. Según sea la madre (madre soltera, mujer casada pero abandonada por su esposo, viuda que vivió feliz con su marido hasta su muerte, etc.) el hijo tendrá un conocimiento de su papá positivo o negativo, pero en todo caso de él no recibe directamente una visión del mundo ni una conducta para moverse en él. Será un joven educado por una mujer, su mamá y le faltará una versión masculina de la conducta y del mundo. Tendrá un 80% de ser un niño mimado, consentido, blando o irresoluto.
Vamos con el tercer caso.- Es hijo único de una pareja que decidió tenerlo
cuando les pareció el mejor momento. Es un hijo programado y cuando va llegando a la juventud se da cuenta de que ha sido calculado, adquirido como el carro, el televisor, la refrigeradora, etc. Hijo-propiedad. Muy similar es el caso cuando la programación ha sido para “la parejita”: un niño y una niña y ya nada más. La vida de esos niños pueden ser muy diferentes pero tendrán una cosa en común: saben que sus padres los han tenido con los menores sacrificios posibles. Cuando sus padres tengan sesenta o mas años, lo hijos harán todo lo posible por dejarlos en una residencia para gente de la Tercera Edad. Si sus padres todavía viven con ellos y llegan unas vacaciones, de verano o de otras fiestas largas, los hijos tratarán de dejarlos hospitalizados por padecimientos leves. Los médicos de hospital tenemos repetidas experiencias de esas falsas hospitalizaciones. Conclusión: de padres egoístas y calculadores, hijos egoístas y calculadores.
Vamos con el cuarto caso.- el hijo nace y se cría viendo como sus padres se aman y como le aman a él y a sus hermanos. Los niños nacidos así en un hogar feliz donde reina el amor, crecerán felices y aceptarán las normas de educación que vayan recibiendo en ese ambiente creado por un verdadero matrimonio. Si además se trata de familia numerosa, con cuatro, cinco o más hijos, los niños desde muy pequeños estarán muy dispuestos a ser ordenados, tener pequeñas responsabilidades familiares, aprenderán a compartir, a ayudarse mutuamente, a hacer las paces después de una riña y pronto tendrán un conocimiento de cómo los niños y las niñas son diferentes, lo cual será un factor de maduración que irá creciendo y que supondrá, en la adolescencia y juventud, tener un trato fácil y equilibrado con los jóvenes de otro sexo.
Numerosas estadísticas, amigo Julius, hechas por expertos en temas familiares muestran que de hogares así, como en el cuarto caso, las cifras de delincuentes juveniles es mínima y en cambio es alta en familias egoístas donde cada uno vive para sí mismo, o donde los hogares no existen o están en destrucción.
Por eso no es exagerado decir que los hogares hechos por verdaderos matrimonios, que se quieren, que se guardan fidelidad y amor para toda la vida y que ven a los hijos no como una carga sino como un regalo del cielo y una ocasión para ampliar el amor mutuo conyugal con el que se da a los hijos, esos hogares son un bien social importantísimo.
La experiencia y los estudios estadísticos demuestran que si un país está formado por un ochenta por ciento de matrimonios estables y cuyas familias son abundantes en niños, ese país será un país poco conflictivo, con abundante gente emprendedora. Las familias bien constituidas, felices, amigo Julius, son la base indispensable para que un país crezca y se desarrolle pacíficamente.*

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El Sida espiritual de nuestro mundo

 

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¿Hay un Sida para las almas? Yo estoy convencido de ello. Me explicaré.
¿Por qué es tan fatal cuando un cuerpo humano se infecta de Sida? Porque, dicho con mucha simplificación, el virus del Sida (VIH) ataca un punto muy preciso de todo el sistema defensivo (el Sistema Inmunitario). Basta con que el VIH invada los linfocitos T-CD4 (cooperadores-inductores) para que todo el Sistema Inmunitario quede inútil. Los enfermos de Sida no tienen defensas ni siquiera contra bacterias poco agresivas. Por eso se infectan gravemente e incluso mueren por el ataque de bacterias, hongos o virus débiles que si no padecieran de ese síndrome de inmunodeficiencia adquirida, (Sida) lo vencerían fácilmente.
¿Cuál es el virus del espíritu que debilita la conciencia moral humana, hasta hacerla a veces inexistente? Ustedes pueden elegir otra, yo pienso que ese virus es el relativismo intelectual que al no aceptar que haya verdades universales, valederas para todo tiempo y lugar, entonces tampoco existe una moral universal, algo será bueno o malo solo según distintas opiniones y circunstancias. Así se van aceptando maldades evidentes, incluso monstruosidades morales con una débil reacción de indignación sin consecuencias prácticas o, peor, estando de acuerdo con ellas.
En tiempos pasados, cuando las conciencias humanas no estaban enfermas de “Sida”, los grandes delitos y crímenes producían una gran indignación con un rechazo universal y un severo castigo. Ahora no. Veamos el caso de Planned Parenthood.
Esta empresa fundada y mantenida por el millonario norteamericano David Rockefeller III, desde el comienzo se dedicó a frenar la natalidad. Primero fue con píldoras anticonceptivas (abortivas) y esterilizaciones para pasar enseguida a los abortos provocados. Eso era de conocimiento más o menos generalizado, pero ahora, en este año de 2015 se descubrió que, además de todo lo anterior, allí se dedicaban también a vender trozos de los niños abortados. Bien, hubo cierto escándalo y la reacción en contra solo consistió en que algunas empresas que cooperaban con ella haciéndoles donaciones en dinero, retiraron ahora esas donaciones.
En un mundo moralmente sano, la reacción habría sido cerrar esa empresa inmediatamente y abrirles un durísimo juicio penal a todos los miembros de esa monstruosidad inhumana. Porque eso es, en justicia, lo que se merecen.
Pero ya ven que no. Van a seguir vendiendo los productos de esa repugnante carnicería. Estamos, pues, ante un síndrome de inmunodeficiencia moral adquirida (Sima).
Mientras se dedican muchos esfuerzos y dinero en proteger la vida de las ballenas y de las tortugas, a los seres humanos en estado embrionario no solo no se les protege sino que se les mata y dan ocasión de un negocio muy lucrativo.
También se observa este Sima cuando en muchos países se enseña a niños, desde los siete años, a que comiencen a experimentar su sexualidad con sus compañeros de clase, sin discriminar cuál es su sexo. En vez de un clamor mundial de indignación, prohibiendo enseguida semejante aberración pedagógica, en vez de castigar a estos maestros corruptores de niños, se castiga a los padres que se oponen a ello, llegando en algunos casos a su encarcelamiento y a que paguen una fuerte multa.
Si no hay verdades ni mentiras firmes, si no hay leyes morales universales que exigen obediencia, si se vive como todo fundamento de conducta de los caprichos de una libertad individual, que es pura irresponsabilidad, entonces toda la sociedad se va deshaciendo y su cultura corrompida decae y, más tarde o más temprano, desaparece.*

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3.-El mundo donde nos ha tocado vivir

Van GohDesde que existen los seres humanos, el bien y el mal luchan entre sí. Y a lo largo de los siglos, en esa lucha a veces vence el bien, como en la aparición y desarrollo del cristianismo, y a veces toma auge el mal dentro de la todavía cultura cristiana. Fue un juego de fuerzas y personalidades, a veces formando un cierto equipo, como pasó en el siglo dieciocho con los Ilustrados. Pero lo que no se había dado nunca es que existiera una empresa bien organizada, multimillonaria, que se dedicara sistemáticamente a implantar el mal moral, la corrupción de las costumbres, incluso empleando la fuerza cuando fue necesario. Su nombre poco publicitado es El Nuevo Orden Mundial pero ya el santo Papa Juan Pablo II le impuso un nombre más certero: la Cultura de la Muerte. Muerte física de millones de seres humanos en etapa embrionaria; muerte espiritual y moral de los que aceptan sus normas de vida.
Nos movemos dentro de este ambiente corrupto y degenerado en toda América y Europa. En África y Asia encuentra mayor resistencia sobre todo en fomentar la homosexualidad y en la enseñanza de libertinaje sexual en los niños y jóvenes, sin permiso de sus padres.
Es muy interesante saber cómo empezó lo que ahora intenta terminar siendo un mundo donde no caben otras ideas, otros principios de conducta y otras formas de vivir que los de la Cultura de la Muerte. Pretenden crear y dominar un mundo que supera lo que hace años imaginó Aldous Huxley en su libro New Brave World.
La prehistoria de lo que existe hoy, comienza con Margaret Sanger, (1883-1966), una norteamericana precursora del control natal. Esta admiradora de Hitler puso como lema de sus trabajos “Mas hijos para los superiores, menos para los inferiores”. En su revista Birth Control, en abril de 1933 el número está dedicado a las esterilizaciones eugenésicas aconsejando las prácticas del Tercer Reich, con una propaganda progresiva dirigida sobre todo a los médicos.
Paralelamente a esas actividades de Sanger, surgieron en 1952 dos instituciones: International Planned Parenthood Federation (Federación Internacional de Paternidad Planificada) (IPPF) y el Population Council (Consejo de Población) promovidos y gestionados por el millonario John D, Rockefeller III. En 1969 ante el fracaso masivo de imponer la anticoncepción por píldoras y DIUs en el Tercer Mundo, aceptan el aborto para la Planificación familiar internacional. Damos el salto del crecimiento de este antinatalismo al año 1974 con el informe Kissinger que viene a alertar sobre el hecho de que USA es apenas el 4% de la población mundial pero consume más del 60% de todos los recursos económicos del mundo. Piensan que mantener la hegemonía política y económica de los Estados Unidos hace necesario y a veces urgente frenar la natalidad de los países subdesarrollados, que pasa a ser obligación de todos los sucesivos gobiernos, sean demócratas o republicanos. Pero luego vendrá otra solución eficaz que será ir enseñando en jóvenes y más tarde en niños, que tienen derecho a usar su sexo del modo y con las personas que acepten, aunque sean del mismo sexo.
Y a lo largo de los años, a través de Congreso Mundiales y de la acción principal de la AID (Agencia Internacional de Desarrollo) se va extendiendo el plan que al principio solo fue frenar los nacimientos, a una ingeniería mundial para cambiar el mundo y gobernarlo unificando todo hasta admitir solo el pensamiento suyo y sus acciones.
Ahora va tomando carta de obligación la libertad sexual sin obediencia a leyes morales universales, la legalización del aborto provocado, la homosexualidad presentada como una digna actividad normal, la convivencia estable de dos de ellos llamándolo matrimonio, incluyendo derecho a adoptar niños, la presentación de creencias religiosas como enemigas de la democracia y a la Iglesia Católica como enemiga del desarrollo cultural y económico para todos.
Ya en Estados Unidos pensar distinto sobre esos dogmas y exponer públicamente otras ideas, va acarreando juicios penales donde se termina en la cárcel o se paga una fuerte multa. ¡Qué pena! El país que se fundó y creció con un espíritu de libertad inteligente, base de su grandeza, ahora se va poco a poco corrompiendo y derivando hacia una dictadura de las conciencias y de las costumbres.
Pero no lo veamos con pesimismo. El Imperio Romano llegó a un poder económico, político y técnico, a una cultura que estaba mucho más distante del resto de los países europeos y africanos que la distancia que separa hoy los Estados Unidos del resto del mundo. El Imperio Romano entró en decadencia y desapareció rápidamente por completo, hundido en males muy parecidos, aunque de menor gravedad de los que hoy la Cultura de la Muerte exhibe y propaga: corrupción moral y económica, aumento de la homosexualidad, aumento de los niños recién nacidos abandonados en la calle o en la basura y un tremendo aumento de los abortos provocados. La Cultura de la Muerte lleva la muerte en su misma esencia y desaparecerá.
En este mundo donde nos ha tocado vivir, la actitud de todos los cristianos es vivir a fondo nuestra fe, reflejada en la santidad de nuestras vidas y en el espíritu de caridad con que debemos difundir nuestra fe a nuestro alrededor transmitiéndola al mayor número posible de amigos y conocidos. Los primitivos cristianos eran pocos y pobres y de la hecatombe de Roma supieron sacar toda la civilización cristiana.*

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2.- «A su imagen y semejanza»

         De todas las criaturas creadas por Dios, solo a los hombres nos hizo a su imagen y semejanza. Es decir, dotados de inteligencias capaces de distinguir la realidad de lo imaginario, capaces de razonar y distinguir lo que es verdadero de lo que es falso y capaces de orientar, con nuestras voluntades libres, nuestras vidas por el camino de la felicidad y no por el de la desgracia. Ahora cuando tanto tratan de igualarnos con los animales, admitiendo, como máximo, que sólo somos animales algo más cerebrizados, es muy conveniente reírnos con  Sócrates, Platón,  Aristóteles y otro montón de sabios posteriores, de esa tosca falsedad.

Una razón capaz de comprender la realidad, la verdad, y una voluntad libre para poder elegir el camino de la sabiduría, es un tesoro inigualable que nos pone muy por encima del resto de los seres vivos, esclavos del programa que la naturaleza les dotó a cada uno de su especie.

De la razón salió el lenguaje, la capacidad de entenderse entre nosotros verbalmente y ms adelante el lenguaje escrito y con ello la cultura.

Ante tanta confusión e ignorancia va siendo urgente que la masa vaya recibiendo como uno de los saberes más importantes los conceptos fundamentales de antropología filosófica. Algo de eso irá saliendo en estos escritos con ocasión de temas más concretos donde habrá que ir separando el buen trigo de la paja.

Existe otra cualidad propia y exclusiva de los seres humanos: captar la belleza de las cosas. Hay plantas y animales especialmente bellos pero ellos no lo saben. Nosotros, sí, podemos disfrutar en la contemplación de esas bellezas. Pero una muestra de la decadencia y corrupción de nuestro mundo actual es como se ha perdido ese sentido. Se cultiva en lo que fueron las Bellas Artes, el feísmo, lo repugnante, lo sucio y lo diabólico como modernas expresiones de belleza y la masa lo admite porque admite cualquier cosa que la publicidad le presente como buena.

Es necesario que toda persona que no esté masificada trabaje, de algún modo, en  educar a los jóvenes en la auténtica belleza, en hacer que vean como conocer y practicar el bien mejora la inteligencia, la alegría y las ganas de vivir.

Somos animales racionales y sociales, dijo Aristóteles; somos cuerpos espiritualizados o, mejor dicho, espíritus corporizados. Ya el sabio estagirita descubrió que tenemos alma y escribió todo un libro sobre ella.

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CON ESPECIAL ALEGRIA

Comienzo este blog con especial alegría, para atender a los lectores de mis artículos en El Diario de Hoy pero abierto también a toda persona que ame las verdades y deteste las mentiras, cualesquiera que sean sus ideas religiosas o antirreligiosas, sus aficiones culturales y sus ideas políticas. Aquí no interesa el nivel político en sí; pretendo moverme en un nivel mucho más alto: en el ámbito de lo que es verdad y lo que es mentira.

Se ha perdido para extensas multitudes, no sólo el sentido de Dios sino también el sentido moral de toda vida humana pues se niegan a reconocer que existen Leyes Universales sobre lo que es bueno hacer y sobre lo que no se debe hacer. Viven con un concepto falso de la libertad, una libertad para pensar y hacer lo que a cada uno se le antoje. Pero si se pierde el sentido de Dios y de esas leyes morales universales, con una libertad donde lo único malo es que alguien o algo trate de impedir sus actos, entonces se pierde la capacidad de indignarse u oponerse ante realidades malvadas verdaderamente monstruosas.

Un ejemplo muy ilustrativo de esta falta de conciencia moral generalizada lo tenemos en el caso de Planned Parenthood. Se sabía y se permitía que existiese esta millonaria institución dedicada a frenar la natalidad distribuyendo anticonceptivos y practicando abortos de seres humanos desde su etapa embrionaria. Recientemente salieron a la luz pública que además mantiene un lucrativo negocio vendiendo partes de los niños abortados para experimentos científicos. Si esto hubiera ocurrido en 1950 o antes el escándalo y la repulsa mundial se habría traducido en cerrar esa empresa y llevar a juicio penal durísimo a los responsables de Planned Parenthood. ¿Cuál ha sido el castigo actual? Solo que algunas empresas que les donaban millones hayan dejado de dárselos.

Ante esta situación procuraré dejar muy claro lo importante que es no solo respetar y hacer respetar esas leyes morales universales sino vivirlas en la vida personal de cada uno. Destacaré la importancia de una sociedad integrada por personas y familias que orientan su vida hacia el bien del prójimo. Ellos cambiarán el mundo como lo cambiaron los primitivos cristianos que les tocó vivir en una cultura decadente sobre todo por su corrupción  moral, muy semejante pero no tan grave como la que padece la cultura actual.

Vivimos en medio de mentiras y violencias de todo tipo pero sabiendo que es imposible que crezca en la corrupción ni un país, ni el mundo entero en lo más importante: en  la alegría y felicidad de vivir.

Iré, semana a semana, señalando donde están la verdad y el bien moral y donde está la cultura malvada, destructiva, destinada a desaparecer..

Un saludo a los viejos amigos y a los nuevos que irán llegando.

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LEER PARA PENSAR

Incluyo hoy en mi blog, este magnifico discurso del escritor español José Ramón Ayllón, autor de magníficos libros de pensamiento y de narrativa reflejando estupendamente el mundo de los jpovenmes de hoy.

Este texto que hoy presento es  una flecha certera sobre una realidad dolorosa: mucha gente, y más entre la gente joven, ha perdido la afición por leer y eso se nota en la escasa capacidad de pensar reflexivamente y con una ortografía y redacción defectuosas.

Ojalá sirva este texto para que muchos se animen a entrar en el marvillosos mundo de la buena litertura.

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ImagenDurante 50 años del siglo XX, en Etiopía ejerció su poder absoluto un famoso emperador: Haile Selassie. Después de su muerte, uno de sus altos dignatarios le contaba al periodista Kapuscinski lo que sigue:

Teníamos, querido amigo, una prensa muy leal, de una lealtad ejemplar, diría yo. Tampoco es que fuera una prensa excesivamente importante, pues para treinta millones de súbditos se imprimían diariamente veinticinco mil ejemplares de periódicos. Pero Nuestro Señor, el Emperador, opinaba que incluso la prensa más adicta no debía aparecer en abundancia, pues tal exceso con el tiempo podría crear el hábito de leer, y de ahí no hay más que un paso al hábito de pensar, y ya se sabe la de disgustos, sinsabores, tormentos y quebraderos de cabeza que esto acarrea.

Ironías aparte, ¿por qué ustedes y yo debemos leer buenos libros? Se lo preguntamos a Gombrich, el autor de la Historia del Arte más leída en las últimas décadas, y nos responde, con un poco de pesimismo, que:

La vida es a menudo triste, y es una crueldad bárbara privar a nuestros jóvenes de la energía y de la inspiración que pueden encontrar, durante toda su vida, en el contacto vivificante con las obras maestras del arte, de la literatura, de la filosofía y de la música.

Con más gracia, un Rector de Universidad observaba que:

En la informática, el inglés y las carreras técnicas se agota actualmente el horizonte cultural de jóvenes inteligentes que pronto tomarán el relevo en la dirección de la sociedad. Por desgracia, el producto de esa educación serán personas de las que se podrá decir, parafraseando a Unamuno, que no están educadas pero saben decir tonterías en cinco idiomas.

Si a la informática sumamos las redes sociales, ahora podríamos hablar no ya de un cambio cultural, sino de una mutación:

Del Homo Sapiens, producto de una cultura escrita milenaria, se está pasando al Homo Videns, infraeducado por la imagen.

Ahora ya sabemos que, si la lectura despierta y aviva la inteligencia, las imágenes la mecen y adormecen. Pero también conocemos el remedio para esta involución: las neuronas de nuestros jóvenes recuperarían la buena forma con menos Internet y más lectura, con menos facebook y más the face in the book.

Necesitamos libros que nos ayuden a esclarecer el laberinto del mundo. Porque vivimos en un mundo con sobredosis de información y de mensajes contradictorios, donde a menudo “lo bello es feo y lo feo es bello”, como cantaban las brujas que engañaron a Macbeth.

Con frecuencia –dice Tagore- leemos el mundo al revés y luego nos extrañamos de no entender nada. Incluso está de moda interpretar el mundo en clave equivocada:

– en clave relativista:     “todo vale”

– en clave hedonista:      “lo importante es el placer, pasarlo bien”

– en clave subjetivista:   “la verdad es lo que yo pienso, lo que me cnonviene”

– en clave nihilista:                  “nada vale la pena: la vida es un cuento sin sentido…

– en clave agnóstica:      “a saber quién es y dónde está Dios, si es que existe

En medio de esta situación, los buenos libros –en primer lugar los clásicos- nos ayudan precisamente a rectificar esos puntos de vista:

– frente al todo vale: hay conductas dignas e indignas, lógicas y patológicas.

– frente al subjetivismo: el peso de la realidad.

– frente al hedonismo: el bien no coincide exactamente con el placer: pues hay bienes que exigen mucho sacrificio, hay placeres indignos, y hay placeres que pasan facturas elevadas e irreversibles.

– respecto al “Dios no habla” del agnosticismo, es bueno saber que la mayor  parte de la humanidad ha pensado que Dios no calla, que todo nos habla de Él.

OTRO ASPECTO IMPAGABLE de los grandes libros es que nos ayudan a entendernos:

Aunque cada uno es, para uno mismo, el ser más inevitable, también es misterioso. Escribe Borges:

Para mí soy un ansia y un arcano,

Una isla de magia y de temores,

Como lo son tal vez todos los hombres.

Precisamente por esa ignorancia nos gusta la literatura ¿Qué buscamos en las historias de Homero o Cervantes, de Shakespeare o Tolkien? Nos buscamos a nosotros mismos.

“A veces ser humano es difícil”, escribió Vicente Aleixandre. Y es verdad, porque todos sufrimos la desconcertante e íntima desproporción entre lo que deseamos y lo que conseguimos. Perseguimos el equilibrio y la felicidad, pero obtenemos el desasosiego de una raquítica cuenta de resultados.

Por eso –repito- nos gustan los relatos literarios: queremos aprender de sus protagonistas, conocer lo que han hecho para lograr la plenitud, saber qué caminos han elegido o rechazado, y qué han logrado a fin de cuentas. Necesitamos historias para reconocernos en ellas y aprender a vivir. Si el hombre es un ser de múltiples aprendizajes, el más difícil de todos es la gestión de la propia vida, porque las posibilidades de la libertad son múltiples y contradictorias. Por tener un futuro abierto e indeterminado, cualquiera de nosotros puede llegar a ser un héroe o un villano, y esa incertidumbre nos empuja a fijarnos en los demás para ver cómo han asumido ese riesgo: cómo han llevado las riendas de sus vidas, cómo han encajado los éxitos y los fracasos, cómo han superado las adversidades o se han hundido en ellas. Necesitamos la buena literatura y sus historias para tomar medidas a la realidad y escarmentar en la cabeza ajena de Melibea o Lázaro de Tormes, para soñar como el Principito, para luchar como el viejo pescador de Hemingway, para amar como Héctor, para esperar como Penélope, para aspirar a la bondad esencial de don Quijote.

PERO HAY ALGO MÁS, o mucho más… Y es que estamos hechos para la belleza. No sólo para el alimento, el trabajo, el descanso, el conocimiento o el lenguaje. También, y muy principalmente, para la belleza. Su llamada no es una urgencia fisiológica, ni tiene valor biológico de superviviencia, pero es inequívoca y constante, y está estrechamente relacionada con la aspiración humana a la plenitud.

Stendhal dijo magníficamente que la belleza es una promesa de felicidad. Pues bien, la literatura satisface –en gran medida- nuestra necesidad de gozo estético.

¿Cómo resumir lo que llevamos diciendo?

Creo que Platón lo logra en el mito de la caverna. Ahí viene a decir que vivimos en un mundo de sombras, donde reina la penumbra, y que vivir de forma inteligente significa abrir bien los ojos para entender el mundo y nuestra misión, para interpretar bien nuestro papel. Por eso la mascota de la Filosofía es la lechuza.

Según esto, todo escritor, en el fondo, está llamado a iluminar la caverna, a escribir libros que nos ayuden a entender cuestiones tan importantes y misteriosas como el amor, el sufrimiento, la libertad, la muerte, y lo único más importante que la vida: el sentido de la vida. Si eso se logra en un libro, estamos ante un buen escritor y ante un buen libro.

Por eso entendemos el fervor de Maquiavelo, cuando escribe aquella espléndida carta a su amigo Vetturi, donde se pinta a sí mismo en el trance de la lectura:   Venuta la sera, mi ritorno in casa, et entro nell mio scrittorio… Cuando cae la tarde, regreso a casa y entro en mi escritorio. Pero antes me quito el vestido diario y me pongo el traje con que he visitado a los reyes y a la curia. Con esa elegancia entro en la corte de los hombres antiguos, y soy recibido por ellos con afecto. Allí me alimento de aquella comida que es sólo para mí, pues yo para ella nací. Y no me avergüenzo en hablar con ellos: les pregunto la razón de sus acciones, y ellos, con exquisita cortesía, me responden. Y durante cuatro horas no siento tedio, olvido todo afán, no temo a la pobreza, no me aterra la muerte: todo yo me convierto en ellos.

¡Eso son libros! ¡Y eso es un lector! En las antípodas de aquel alumno que me decía: “Ayer por la tarde, estaba tan aburrido que hasta me puse a leer un libro”.

En el polo opuesto, Dostoyevski, prisionero en Siberia, cercado por “desoladas llanuras de nieve infinita”, escribía a su familia: “Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera”.

Mi alumno no sabía que los grandes libros nos rescatan de la condición de Homo neandertalensis con que todos nacemos. Desconocía que los clásicos aceleran tanto nuestro viaje interior, nos alejan tanto de la vulgaridad, que cuando regresamos al mundo ya no somos los mismos.

“Me encontré con un libro de un tal Cicerón”, cuenta San Agustín. “Era una exhortación a la filosofía y llevaba por título Hortensio. Su lectura cambió mi mundo afectivo, mis proyectos y mis deseos. También encaminó mis oraciones hacia Ti, Señor. De golpe, las expectativas de mi frivolidad perdieron crédito, y con increíble ardor deseaba la sabiduría. Tenía entonces diecinueve años y empecé a leer no ya para afinar la sutileza de mi lengua y ganar más dinero, sino por el mismo contenido del libro”.

Francisco de Quevedo, en su vejez, resume la inagotable aportación de los grandes escritores, en un soneto célebre:

Retirado en la paz de estos desiertos,

con pocos, pero doctos, libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos,

y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,

o enmiendan, o fecundan mis asuntos;

y en músicos callados contrapuntos

al sueño de la vida hablan despiertos.

Para que esta ponencia no sea demasiado teórica, puede ser oportuno ofrecer algunos títulos concretos. A la hora de recomendar libros, tiendo a pensar en relatos históricos y biográficos. Me parecen especialmente aconsejables porque con ellos matamos tres pájaros de un tiro: nos hacen disfrutar de la buena literatura, nos enseñan historia y nos proponen modelos de conducta.

Estoy pensando, por ejemplo, en:

* la Apología de Sócrates, de Platón

* las Meditaciones, de Marco Aurelio

* las Confesiones, de San Agustín

* el Julio César de Carcopino

* Leonor de Aquitania, de Regine Pernoud

* el Hernán Cortés de Madariaga

* el Tomás Moro de Vázquez de Prada

* las Cartas de Etty Hillesum

* Ébano, de Kapuscinski,

* El maestro Juan Martínez que estaba allí, Chaves Nogales

* Todo fluye, de Vasili Grossman

* Verde agua, de Marisa Madieri

* Las pequeñas virtudes, de Natalia Ginzburg

* Autorretrato con radiador, de Christian Bobin

* Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig

* El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl.

Kafka proclamaba, con su característico radicalismo, que no debemos perder el tiempo con libros que no se nos claven como un hacha, resquebrajando lo que está congelado en nuestro cerebro y en nuestro espíritu. Así es, y así son los títulos citados.

Víctor Frankl, por ejemplo, logra un resumen magistral de su experiencia en Auschwitz, cuando escribe: “¿Qué es el hombre? Es el ser que ha inventado las cámaras de gas y, al mismo tiempo, ha entrado en ellas, con paso firme, musitando una oración”.

Al leer Ébano, un libro sobre África, disfrutas con mil historias profundamente humanas, casi todas sorprendentes, algunas inverosímiles. Y aprendes historia: descubres –entre otras cosas- que la Leyenda Negra de España en América es un juego de niños frente a la explotación esclavista de África, llevada a cabo de forma implacable, durante tres siglos, por británicos, franceses, holandeses, portugueses e italianos.

Deslumbrado por los autores mencionados, he sentido a menudo lo que Stefan Zweig expresa en estas palabras: Cuando leo a Montaigne, tengo la impresión de que, en sus páginas, está mejor pensado y expresado, con más claridad y nitidez, lo que constituye la preocupación más profunda de mi alma. Hay en esas páginas un “tú” en el que se refleja mi “yo”. No tengo delante un libro, una literatura, una filosofía, sino a un hombre del que soy hermano: un hombre que me aconseja, que me consuela y traba amistad conmigo. El papel impreso desaparece en la penumbra de la habitación, porque un extraño ha entrado en mi casa. Pero ya no es un extraño, sino alguien a quien siento como amigo. Cuatrocientos años se han disipado como el humo.

SI TUVIERA QUE RESUMIR el secreto de los grandes libros en una línea, hablaría de su capacidad de plasmar por escrito el amor a la verdad y a la belleza.

Todo buen libro no es ni más ni menos que eso:

un fondo enriquecedor envuelto en una forma bella.

Pero la verdad y la belleza no son cualquier cosa. Vienen a ser:

– las mejores credenciales del mundo.

– las cualidades más importantes y atractivas de la realidad.

– y también el alimento más sabroso de ese extraño animal

racional y sentimental en el que todos nos reconocemos.

En consecuencia, verdad y belleza son los pilares que sostienen nuestra vida, por debajo de cualquier eventualidad y de “los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne”, como sentenció Shakespeare.

Verdad y belleza es lo que encontramos en cualquier página de Homero y Platón, de Confucio y Séneca, de San Agustín y Dante, de Cervantes y Antonio Machado, de Ana Frank, de Miguel Delibes: el novelista castellano que dedicó una novela a su mujer, donde nos dice, hermosamente, que esa Señora de rojo sobre fondo gris era capaz, con su sola presencia, de aligerar la pesadumbre de vivir.

Verdad y belleza que bien se pueden escribir con mayúscula, porque sospechamos, igual que Steiner, que “la fuerza de Homero y Shakespeare, la tristeza y el idealismo de Don Quijote, la luz que entra por la ventana de Vermeer, la alegría de Vivaldi y de Mozart están hablando de lo mismo en el momento exacto en que las palabras fracasan”.

Platón nos explicó que la belleza es la llamada de otro mundo para despertarnos, desperezarnos y rescatarnos de la vulgaridad de la caverna que habitamos. Desde entonces sabemos, entre otras cosas, que el Ser Sagrado tiembla en el ser querido.

       José Ramón Ayllón                                                  joserra.ayllon@

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De la cultura de la vida.- 4

¿HAY ALGO PERENNE  EN  NUESTRA  CULTURA?

 Alguien ha escrito, con ocasión de la guerra de Iraq, que “de aquí salió la civilización pero nunca volvió”. Es una frase ingeniosa pero injusta. Es cierto que entre los ríos Tigris y Éufrates, hace unos seis mil años atrás, en las amplias llanuras bien regadas y fértiles que los griegos llamaron Mesopotamia (meso = entre; potamos = río) se descubrió la agricultura; así los humanos se hicieron sedentarios; abundó la buena alimentación; crecieron las poblaciones; las aldeas se transformaron en ciudades;  las ciudades en Estados y con ello surgió toda una estructuración social, con poderes y funciones  bien delimitados que permitían ya hablar de verdaderas civilizaciones. Aquí apareció también una escritura ya muy elaborada –la escritura cuneiforme- y un Código legal –el de Hamurabi- que es el más antiguo de los que se conservan.hamurabi (1)

         Pero decir que no volvió la civilización no es verdad. La cultura antigua, en su superposición de lo sumerio-acadio-asirio-babilónico-persa, desapareció cuando Alejandro Magno anexionó estas tierras a su extenso y fugaz imperio, pero después llegaría un nuevo esplendor con la conquista y auge de la cultura musulmana. Con su tercer califa, Omar, se fundaron las ciudades de Kufa y Basora. Cuando comenzaron los califatos de los abbasíes, la corte que había estado en Damasco (Siria), pasó de nuevo a la Mesopotamia y el califa Almansur hizo construir allí la ciudad de Bagdad que quedó como capital del Imperio. Bajo el reinado del nieto de Almansur, Harun al Rashid (años 786 al 809), Bagdad llegó a ser el centro cultural y la ciudad más lujosa y espléndida de toda la Edad Media. Divisiones políticas y religiosas iniciarían, después, la decadencia. Al final serían los turcos los que levantarían un nuevo imperio islámico, muy agresivo, que tuvo en jaque a Europa hasta su derrota en  la batalla de Lepanto (7-10-1571) donde comenzó el declinar del imperio turco otomano y la decadencia cultural del Islam hasta nuestros días.

         Cuando se repara en ese surgir, expandirse y decaer de culturas que llegaron a ser el culmen de la civilización, uno se pregunta ¿por qué desaparecieron? ¿que es lo que les faltó para perdurar? Toda América, del norte, centro y sur, vive, con modos peculiares, de la cultura europea. Y Europa y su cultura, ¿de dónde salieron y por qué es en esta cultura donde se disparó el progreso de la ciencia y de la técnica hasta lograr el mundo de hoy?

         Le preguntaron un día al poeta francés Paul Valéry (1871-1945) ¿qué es Europa? Respondió con sólo tres palabras:

Atenas, Roma, Jerusalén.

Lo cual es muy cierto. Europa es hija de las culturas que tuvieron su centro creador en esas tres ciudades. La cultura griega separó la razón del mito religioso, creando la filosofía, la libertad del ciudadano y llevando a la Bellas Artes a una perfección en cierto modo inextinguible, pues vuelve a aparecer, de algún modo en el Renacimiento de los siglos XV y XVI, en el Neoclasicismo del siglo XVIII y sigue siendo inspiración para arquitectos y escultores de nuestros días.

El filósofo italiano Gianfranco Morra definía como el gran legado de Roma: “conservar la herencia de Grecia pero también algo original: la creación del Derecho y la organización del Estado. Los romanos dejan a Europa el derecho natural que, asumido y profundizado por la filosofía cristiana del Medioevo, constituirá el fundamento del liberalismo moderno y de la democracia. La teoría de los derechos naturales, el iusnaturalismo, constituye la especificidad de Europa. Ninguna otra civilización la ha enunciado. Pensemos en la Islámica, donde falta por completo: no existe ley natural, sino sólo revelada, totalmente contenida en el Corán, texto a la vez religioso y político. Europa funda en los derechos naturales la distinción entre legalidad y legitimidad. Los derechos del hombre no proceden del Estado; los posee antes de formar parte del Estado, por su misma naturaleza.”

images (3)Más sorprendente es que de un pequeño pueblo, Israel, nómada primero y esclavo después, sin grandes desarrollos culturales comparándolo con los imperios con los que convive (Babilonia, Egipto, Roma) salga la idea y la fuerza religiosa de un Dios único, Creador, Providente y Misericordioso. Pero si con la Creación y la Alianza de la revelación hebrea Dios entra en el mundo, el cristianismo llegará más allá con un Dios hecho  hombre y Salvador del hombre.

El historiador Federico Chabod, con la imparcialidad y frialdad científica del auténtico historiador, ha dicho: “No podemos no ser cristianos, aunque no sigamos las prácticas del culto, porque el cristianismo ha modelado nuestro modo de sentir y de pensar hasta extremos indelebles; la diferencia profunda que se da entre nosotros y los antiguos, entre nuestro modo de sentir la vida y el de un contemporáneo de Pericles o de Augusto, se debe a este gran hecho, el mayor hecho sin duda de la historia universal, que es el verbo cristiano.”

Algunos piensan, no sin razones que la cultura europea está en decadencia y puede llegar a desaparecer. No es imposible si se toma en el sentido estricto de europeo-occidental, pero en cambio no es posible si se refiere al fondo o núcleo esencial de la misma, el cristianismo, que primero fue judío, luego romano, bárbaro, feudal, europeo, americano y después africano y asiático. CristianismoEl cristianismo no está hecho para lograr una cultura propia, cerrada y perecedera, sino para ser la sal y la luz de cualquiera de las civilizaciones que vayan apareciendo y que quieran llevar en ellas algo de eternidad.*

 

 

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