

En anteriores artículos he tratado de romper los falsos estereotipos sexuales y un tabú: el miedo a hablar de castidad. Yo no tengo ese miedo. Sobre todo eso yo conozco la verdad comprobada.
Por tanto animo a los jóvenes que aún están vivos, los que son castos y valientes (los lujuriosos de cualquier tipo ya están muertos en vida), a rebelarse contra la porquería moral y la degeneración social que promueve la Cultura de la Muerte, con sus montajes internacionales falsamente representativos de la juventud. Que se unan, a través de sus organizaciones juveniles no contaminadas, para formar una gran federación mundial de jóvenes, de todas las razas, creencias o increencias, que eleven fuerte su voz a nivel mundial, difundiendo una educación de la afectividad basada en el altísimo valor de la castidad, de la inteligencia libre y la voluntad firme para vivirla, sabiendo cuales son los valores auténticos que llevan a la felicidad.

Repito lo que escribí hace años: «Bien hecha esa campaña, diciendo verdades y desenmascarando falsedades en uso, tales como la de “salud sexual y reproductiva”, pronto se verían grandes y buenos frutos sociales: grupos crecientes de jóvenes sanos de cuerpo y de mente, con empuje idealista para mejorar su sociedad, un aumento de familias bien constituidas, con numerosa prole, sobre la base de verdaderos matrimonios (monógamos, heterosexuales, con vínculo de amor conyugal sólido y permanencia hasta la muerte); y en contraste se vería también una disminución radical de maras y otras delincuencias, una disminución también de enfermedades psiquiátricas y de transmisión sexual, de drogadictos, de conflictos sociales y de suicidios.»
Sobre este tema también publiqué en El Diario de Hoy de San Salvador un artículo que se titulaba “Si la ONU quisiera…” Sí; ella podría hacerlo porque tiene, en abundancia, medios económicos, tanques de pensamiento, expertos en publicidad… pero la ONU no quiere. Promueve lo contrario: la ruina psicológica, la perversión moral, la descristianización, el ateísmo. Mal, pero peor mal es callar, dejar hacer, acobardarse, darse por vencidos.
Cuando estuvo Eduardo Verástegui en El Salvador volvió a dar el testimonio que valientemente ya había dado en otros países, frente a la televisión. Su testimonio es claro y muy valioso: ni el dinero, ni el éxito, ni el libertinaje sexual, ni los placeres, dan la felicidad. En cambio la castidad, por amor, sí. Alguna gente se sorprende, se escandaliza o duda cuando Verástegui dice que vive la abstinencia sexual desde hace ocho años, añadiendo que han sido los años más felices de su vida. Yo le creo y no me sorprende.
A lo largo de mi larga vida, de mi experiencia como médico y educador, puedo afirmar no solo que la continencia sexual perfecta es posible. sino que además es fuente de alegría profunda y aviva la mente para todo lo bello, lo bueno y lo espiritual. Por el contrario, el libertinaje sexual se comporta como una droga, que pide, cada vez, mas cantidad y “droga mas dura y sucia”. Además es experiencia de siglos que la lujuria produce ceguera para lo espiritual, muy en especial para lo religioso, y hunde la vida en el egoísmo, la amargura, la violencia y el vacío existencial.
También afirmo que cuando un joven, hombre o mujer, nunca rompió su virginidad de cuerpo y de mente, si su vocación es la entrega a Dios, podrá vivir el celibato con mayor facilidad que aquellos que se descarriaron y después, arrepentidos, se comprometieron en celibato apostólico para toda la vida.
Y aquellos que su vocación les lleva al matrimonio deben saber que la unión sexual es un derecho conyugal exclusivo. Es parte muy importante de su mutuo y natural erotismo, pero nunca debe vivirse como algo desligado del resto de las manifestaciones de cariño y aprecio mutuo.
En cambio el placer sexual como meta egoísta, en vez de cómo donación para la felicidad del otro, cuando está sometido a experimentos artificiosos, aunque sean dentro del matrimonio, va a ir transformando, a los dos, en meros objetos sexuales que terminan por arruinar su amor.
A Erich Fromm y a otro eminente psiquiatra, del cual no retengo su nombre, les preguntaron, por separado y crudamente -¿tal vez algún sexólogo?– cómo podría obtener una mujer el mejor orgasmo. Ambos contestaron: el mejor es el que tiene una esposa con su marido, al cual ama y del cual se sabe amada. No es extraño: el sexo, o es parte del amor conyugal, está dentro de él, envuelto, empapado y dignificado por ese amor, o es derrotero seguro para la infelicidad.*
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Relacionado