5.- El último tabú sexual

Dr. Viktor Frankl
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A las feministas desorientadas y a otros grupos partidarios de la masificación mental les gusta pavonearse de haber derribado todos “los tabúes sexuales”. No es verdad; les queda el más importante: la Castidad. Hoy no se habla de castidad. No se predica. No se propone, dentro de la escala actual de valores. La mayoría ignora o confunde su naturaleza. Y los pocos que piensan que es algo bueno, un buen valor y una buena virtud, no se atreven a proponerla por temor a ser motivo de burla, o, mucho peor, por considerar que practicarla hoy día, especialmente entre la juventud, es imposible.

Yo no pienso así. Serán minorías, pero son grandes minorías –me consta- los jóvenes de ambos sexos, que la practican porque la consideran muy valiosa, porque saben que el amor verdadero debe esperar y guardar una castidad completa, con abstinencia total de relaciones sexuales, antes del matrimonio. Hay, pues, que salir de la ignorancia y romper el temeroso y nocivo silencio sobre este último tabú sexual. Hay que decir, muy claramente, que quien no practica la castidad con continencia perfecta antes del matrimonio, se está cerrando el camino al amor verdadero. Y el ser humano está hecho para el amor. Y si no lo encuentra, si no vive del amor y con amor, será un ser desgraciado. No encontrará nunca la verdadera felicidad.

La Castidad –como muy sabían los clásicos- es el hábito bueno, “la virtud”, que permite moderar positivamente y con facilidad el uso del sexo según un criterio moral correcto. ¿Cuál es ese criterio moral correcto? Que esté en función del amor. ¡Ah, pero ahí si que tropezamos con un espinudo problema! pues no hay palabra que haya sido más prostituida que ésta. Por lo tanto es urgente aclarar primero qué es el amor, el verdadero amor. Y para esto voy a ceder la palabra a autoridades más competentes.

Habla primero, Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina, (1873- 1944) que escribió un libro memorable sobre lo esencial del ser humano (“El hombre, ese desconocido”), dice de este tema: “El éxito en el matrimonio requiere tanta continencia como potencialidad. En otras palabras, el carácter es indispensable para una vida sexual bien ordenada. Ciertos periodos requieren continencia. Para guardar abstinencia durante ellos se requiere equilibrio nervioso y fuerza moral. Antes del matrimonio el estado ideal es la castidad. Ésta requiere un entrenamiento moral prematuro y constituye la más alta expresión de la autodisciplina. La voluntaria abstención durante la juventud eleva la calidad de la vida más que cualquier otro esfuerzo moral o físico. El amor “pagado” es injurioso y perjudicial y constituye una degradación de la facultad destinada a la especie. Carece de la cualidad esencial que es la profunda reciprocidad. No tiene la bendición de la belleza”.

Un psiquiatra, el austriaco Víctor Frankl ( 1905-1997) nos ilustra sobre lo mismo diciendo que: “El amor es un fenómeno tan primario como pueda ser el sexo. Normalmente el sexo es una forma de expresar el amor. El sexo se justifica, incluso se santifica, en cuanto que es un vehículo del amor, pero sólo mientras éste existe. De este modo, el amor no se entiende como un mero efecto secundario del sexo, sino que el sexo se ve como medio para expresar la experiencia de ese espíritu de fusión total y definitivo que se llama amor.

Otro psiquiatra español Dr. Enrique Rojas Montes (1949- ) autor de libros tan acertados y tan vendidos como “El amor inteligente” (14 ediciones en siete meses) o “Remedios para el desamor” (16 ediciones hasta 1998), dice que a la palabra amor se la entiende con los más diversos sentidos y que, sobre todo por culpa de los Medios, “el uso, abuso, falsificación, manipulación, adulteración y cosificación del término amor, ha ido conduciendo a una cierta ceremonia de desconcierto, una verdadera sinfonía desorientada que forma una tupida red de contradicciones”. Pero enseguida dirá que no podemos vivir sin amor, que el amor auténtico hace a la persona más completa, que la sexualidad es un lenguaje cuyo idioma es el amor; que la relación sexual es un acto íntimo de persona a persona, nunca sólo de cuerpo a cuerpo, y que el amor verdadero es el matrimonial: “amor personal comprometido, estable, que vincula a lo corporal, lo psicológico y a lo espiritual.” Existe por tanto una castidad matrimonial, donde la unión sexual se hace sólo según las leyes y cauces naturales, está abierta a la procreación y es altamente positiva porque es parte del amor personal. Supone por tanto una unión donde lo físico, lo psicológico y lo espiritual participan de esa “sinfonía íntima, misteriosa, delicada y que culmina con la pasión de dos seres que se funden en un abrazo” y supone siempre el respeto y la estima del otro y la mutua donación generosa, abierta a la vida.

Cuando hay honradez intelectual, sobre la necesidad y la bondad del amor casto, coinciden los que lo conocen a través de la experiencia, ya sea experiencia médica, como los autores anteriormente citados, ya sea bajo la experiencia pedagógica o la sacerdotal. Así lo entendió muy bien, desde joven, Juan Pablo II: “Esta vocación al amor es, de modo natural, el elemento más íntimamente unido a los jóvenes. Como sacerdote, me di cuenta muy pronto de eso. (…) Hay que preparar a los jóvenes para el matrimonio, hay que enseñarles el amor. (…) Si se ama el amor humano, nace también la viva necesidad de dedicar todas las fuerzas a la búsqueda de un amor hermoso. Porque el amor es hermoso. Los jóvenes, en el fondo, buscan siempre la belleza del amor, quieren que su amor sea bello. Si ceden a las debilidades, imitando modelos de comportamiento que bien pueden calificarse como un escándalo del mundo contemporáneo (y son modelos desgraciadamente muy difundidos), en lo profundo del corazón desean un amor hermoso y puro.”

El tema es amplio y no he dicho todo sobre esa valiosa virtud de la castidad. Espero hacerlo en mi próximo artículo.*

 

 

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